lunes, 16 de febrero de 2009

Preludio en Mi menor, Op. 28, No. 4 (Exit Music)

-Me quiero morir.
-Muérase.
-¿Puedo?
-Sí.
-Hace frío, ¿no es así?
-Sí, cerca de treinta grados.
-Usted miente, no va a dejar que me muera.
-Es verdad, tiene razón.
-¿Y entonces?
-Te voy a matar.
-¿Por qué me tutea? Solía tratarme de usted al principio de esta conversación.
-Lo sé, lo olvidé.
-¿Por qué?
-No sé...
-Porque...
-...porque ya estás muerto.
-Ahogado querrá decir.
-Ahogado.

martes, 3 de febrero de 2009

Nada

Y aquel hombre ingresó en el salón, cabizbajo y ciego. Tanteó a su alrededor para descubrir que sólo tres paredes lo rodeaban. Acaso habría una cuarta, pero nunca pensó en seguir avanzando para reconocerla, se conformó con saber que debía estar por algún lado más allá, a sólo tres pasos.

Presa de un pensamiento atroz, giró sobre sí mismo e intentó encontrar la puerta por la que había entrado. Por un momento se figuró que debía volver, que después de esos tres pasos no habría nada.

Retrocedió, espantado. Buscó la puerta. No había nada parecido a una puerta en aquella pared. Se le nubló la vista ante semejante realidad.

Perdón, creo haber dicho que era ciego. Bueno, antes creía ver un fondo blanco. Ahora no veía nada. Ni blanco ni negro ni nada.

Cuesta imaginar no ver nada para el hombre vidente. Mi abuelo, al perder la vista de un ojo, me respondió lo mismo: nada, no veo nada. Yo imaginaba ese fondo blanco o negro. Idiota, debería haberme quedado ciego.

Entonces, el hombre se horrorizó al reconocer que sus miedos se materializaban. Regresó nuevamente hasta el lugar en que se encontraba antes y no se atrevió a seguir avanzando.

Decidió acostarse sobre el suelo e intentó no pensar. Se fregó los ojos, inútiles, y miró la nada.

Empezó a transpirar, la desesperación de ignorar dónde estaba era insoportable.

Supuso que ahí acababa todo: iba a morir, tarde o temprano, como todos.

Temió demasiado.

Tres pasos. Dio los tres pasos y cayó, ciego, por un precipicio.