sábado, 15 de diciembre de 2007

Ramy Röcobasch

*
El hombre desnucado y esparcido sobre la acera. Dos oficiales inspeccionando el cadáver, tres viejas cuchicheando, un viejo cumpliendo ninguna función y cuatro pibes que pasaron y se quedaron. Al tipo, se supone, lo mataron a la mañana. La escena del crimen resulta algo expuesta: hay sol y la gente circula bastante a estas horas. Sin embargo, nadie sabe nada ni dice nada. El oficial Ramy Röcobasch analiza minuciosamente el cuerpo en busca de indicios y sospechas. Luego mira a los presentes y comienza a interrogarlos:
-¡¡Ehh, ustedes, viejas!! Paren un poco el barullo. ¿Qué saben de este tipo?
Las viejas dudan un segundo. La del medio tiene aspecto de vieja que se hace la pelotuda porque sabe algo y las de al lado no parecen tener muchas ganas de hablar.
-¡¡Hablen!! ¡¡Hablen o me las llevo a todas en la patrulla!!
Las viejas empiezan a gritar como locas, todas juntas, y no se les entiende un carajo. Parece que lo conocen.
-Vive en la casa que esta acá atrás-dice una-. Es una pensión, yo soy la dueña –Ramy la mira, asiente con la cabeza y espera a que siga hablando-. No lo conozco mucho. El tipo hablaba poco y se había mudado hace sólo tres meses.
Insatisfecho, Ramy mira a las demás personas. -¿Alguien sabe algo más? –pregunta.
Nadie dice nada. El crimen no debió haber pasado hace más de una hora. El cadáver se encuentra aún tibio y la sangre dispersa sobre la vereda no se ha secado del todo. Son las dos y media de la tarde. En este preciso momento llega la ambulancia: 37 minutos de retraso. Antes de que los primeros enfermeros puedan llegar hasta al cuerpo, una de las viejas vocifera con voz de loro fatigado:
-Ni se esfuercen, muchachos, éste palmó hace más de media hora.
-Duro… parece embalsamado –dice otra, de mal gusto.
Ramy mira a las viejas, hace una mueca desagradable y luego explica la situación a los recién llegados. –Al parecer –dice el atento detective –este señor ha sido encontrado como está ahora, desplomado sobre el suelo. Aquella señora ordenó la ambulancia e informó a la comisaría. El hombre falleció previo a mi llegada, no hay nada que puedan hacer.
Los enfermeros intercambian un par de palabras más con el agente. Luego retornan a la ambulancia, hacen sonar la asquerosa y estridente sirena y desaparecen en fracción de segundos. Una de las viejas quiere rajarse a su casa.
-Bueno… si éste no amanece más, me parece que me voy a…
-Nadie se va a ninguna parte –ordena Ramy con una voz tan helada que el viejo percibe cómo se le erizan los pelitos de la nariz –Me veo en la obligación de investigar a cada uno de ustedes. El que intente darse a la fuga o se niegue a cooperar será declarado sospechoso y deberá acompañarme hasta la comisaría.
A la vieja más vieja de las tres viejas se le empieza a caer un hilo importante de baba mientras escucha apelotudada las palabras del oficial. Las otras dos tiemblan que parecen dos lavarropas vivientes. Los cuatro pibes desechan la idea de irse a jugar un dos por dos al baldío de la esquina. Al viejo todavía no se le entibia el vello nasal.
-Bueno, señoras, empiecen ustedes contándome qué hacían aquí cuando encontraron el cuerpo, dónde viven, a qué se dedican…ah, cierto que la señora me había dicho que el fiambre resultaba ser inquilino suyo. ¿Podría mostrarme la pensión y, si es posible, la habitación que ocupaba este hombre?
-Sin ningún problema –responde la vieja, fingiendo amabilidad –por aquí, por favor.
Como ya sabemos, a la altura de la acera en que dormita el ex-hombre se encuentra la pensión. Una escalera de alrededor de 15 escalones eleva la planta baja de la casa unos 3 metros y medio sobre el nivel de la calle. Luego la fachada da un aspecto de caserón antiquísimo pero bien mantenido. Un gato ronronea de un modo extraño desde el balcón del primer piso, mientras que del segundo penden dos macetas con forma de ñoquis. Antes de alcanzar la cerradura de la puerta, la vieja ruega que todos se limpien los zapatos en un felpudo horrendo de 40 x 20. Inmediatamente después, abre la puerta descubriendo un ambiente mezcla de geriátrico con prostíbulo, sin dudas una atmósfera muy particular. Cruza una especie de sala de estar y se mete en un pasillo bastante angosto en el cual se encuentran 3 de las 8 habitaciones del caserón. Los demás la siguen en silencio. La vieja para la marcha e informa:
-Allá, la puerta del fondo. En aquella habitación se alojaba desde el 3 de Agosto el señor Gutiérrez.
Ramy, sorprendido, dirige una mirada severa a la vieja y dice:
-¿Qué otros datos conoce acerca de Gutiérrez… ¿Gutiérrez cuánto?
-Ernesto Gutiérrez. Cuarenta y tres años, si no me equivoco. Soltero, mmm, pero creo que tenía una hija.
-Ajá… -murmura Ramy. Paralelamente piensa: “ésta se hacía la boluda y ahora empieza a desembuchar cosas, vieja chota”.
-Bueno –dice la vieja abriendo la puerta de la habitación –investigue tranquilo, si necesita algo, me avisa. Yo voy a preparar una tacita de café para cada uno de los presentes –concluye adoptando el papel de cordial y cínica anfitriona.
-Yo quiero un submarino –dice uno de los chicos. La vieja lo mira que se lo come a la parrilla, pero sin embargo responde:
-¡¡Cómo no, m’hijito!! En seguida preparo todo.

**

Trescientos treinta y tres segundos después, la vieja aparece con ocho cafés y un submarino. Todos los presentes están reunidos en la sala de estar sin saber demasiado bien qué es lo que hacen allí. El viejo saluda a la modorra, la ve venir, la deja hacer, la deja, la deja… uno, dos, tres, tres segundos y el viejo se durmió. Los cuatro chicos no pueden evitar emitir sus irritantes risitas y Ramy no se molesta en despertar al pobre anciano que bucea en un corral de burbujas. En ese momento, un señor de corbata abre la puerta de calle, mira a la tertulia reunida en la sala de estar, saluda desganadamente y desaparece a través de una de las puertas del angosto pasillo. A continuación, la patrona, es decir, la vieja de la pensión, se dirige al oficial:
-Y bien… ¿algún dato o indicio relevante?
-… -Ramy tarda en contestar, parece estar más ocupado en analizar el café. Revuelve una vez más el contenido del pocillo y lo deja sobre el ancho brazo de una silla. –Poco acerca de las razones de su trágico final –replica finalmente.
-¿Cree necesitar más de nuestra colaboración, señor? –añade otra de las viejas.
-Por el momento no. Pero debo tomar sus datos personales, casi me olvidaba.
Ramy saca una libreta del amplio bolsillo de su sobretodo y procede a registrar los nombres, direcciones y demás documentación de los civiles. Antes de retirarse, abre el corral del viejo aletargado y anota la información requerida.

***

Cuando las ocho personas y Ramy cruzan la puerta principal, inesperadamente, el gato del primer balcón se desprende y planea con torpeza. Luego, frustrado, cae de espaldas a tres metros del felpudo. Los cuatro chicos se precipitan a su encuentro, los demás, aún sorprendidos, tardan algunos segundos en reaccionar.
-Está…está…está… -tartamudea uno de los chiquillos, por tres veces más pálido que ante el cadáver de Gutiérrez.
-Dejáme verlo a mí –dice otro de los infantes agachándose. Saca una pequeña rama de su pantalón, la apunta al vientre obeso del gato, e instantes antes de picarlo… -Esperen, movió un ojo –añade. El gato, malherido, comienza a abrir muy lentamente ambos párpados. Mira a su alrededor y se queda boquiabierto sin entender mucho.
-Mirálo –murmura otro de los chicos –no se mueve, ¿qué le pasa que no se mueve?
-Se va a morir, tarado. ¿No te das cuenta?
-¿Qué decís? ¡Calláte! Vos siempre querés que salga todo mal, ¡calláte!
La vieja de la pensión tiene que intervenir para evitar la pelea:
-¡Chicos, chicos, no sean bobos! El gato está bien, no es la primera vez que le pasa. Después se recupera.
La vieja toma al grueso gato entre brazos. El gato chilla de un modo horrible, sufre horrores.
-Uh, esta vez le va a costar, me parece que se rompió una vértebra –anuncia mientras observa el rostro doliente del animal. Luego regresa a la casa, deja al gato inválido sobre un sofá y sale con dos baldes de agua.
Al volver la vista a la acera, Ramy nota que su compañero ya ha enviado el cadáver hasta la morgue y lo espera algo impaciente dentro de la patrulla.
-Bueno, aquí me despido… -comienza a pronunciar Ramy, pero se detiene. Algo le llama peculiarmente la atención. –Señora –se dirige nuevamente a la vieja anfitriona – qué extraño, baldear la vereda casi a la hora de la siesta…
La vieja lo mira y con aire de responsabilidad aclara:
-Yo suelo baldear y limpiar la casa todas las mañanas, pero el desinterés y la mugre de mis huéspedes me obliga a hacerlo dos y hasta tres veces por día cuando es necesario.
Ramy la mira con semblante poco amigable. Espera unos pocos segundos. La vieja vuelve a hablar:
-Hoy mismo baldeé toda la entrada apenas me levanté y mire ahora, ¿eh?, mire este chiquero.
-Suficiente por hoy –repone Ramy –Señora, ¿me recuerda su nombre?
-Cómo no. Edelmira Punfurri.
-Bueno, cerradas mis conclusiones, Edelmira Punfurri, es usted culpable de homicidio serial y va a tener que acompañarme.
-¡¡¡¡¿Qué?!!!! –grita la vieja con la voz más rasgada y desagradable que logra.
-No me obligue a utilizar la fuerza y la violencia verbal.
-Pero…pero…ahhhh…kldsjfowsdlkflsdlsdf…si yo no hice nada, ¡¡soy inocente, carajo!! ¡Ehh, ustedes, díganle, díganle! Ustedes me conocen bien, díganle que está muy equivocado –señala a las otras dos viejas que la miran y casi no la reconocen.
-Parece que sus amigas no la ayudan mucho. Métase dentro de la patrulla.
-De ninguna manera, no me meto en…
-¿A que no? Vení para acá.
La vieja se niega rotundamente a ingresar en la patrulla. Ramy agarra sus brazos de un tirón y se los une con un par de esposas.
-Ahora sólo le queda caminar. ¡¡Camine!!
-A mí nadie me…
-¡¡Cállese de una vez, vieja hinchapelotas!!
Ramy termina empujándola hasta el coche, donde tiene que hacer un esfuerzo importante para poder introducirla en el asiento trasero. Da la señal a su compañero e inmediatamente después se marchan dejando a los demás solos. La puerta de la pensión queda abierta. Ahora el señor de corbata sale por ella, pisa la vergüenza de felpudo, da algunos pasos más, resbala y baja la escalerilla de manera poco ortodoxa. El cuerpo esparcido sobre la acera, dos viejas cuchicheando, un viejo cumpliendo ninguna función y cuatro pibes que pasaron y se quedaron.
Uno de los chicos informa alegre:
-Yo me voy a ver cómo está el gato.

1 comentario:

fermugica dijo...

-Amigo, comprando un vinito pa' festejar?
-Eh...no, en realidad le estoy haciendo los mandados al tapicero que vive abajo de la casa de mi amiga, que no está porque la muy pelotuda perdió el celular y piensa que si lo busca lo va a encontrar.

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-Si algún día te llegás a casar...
-Acepto.

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Parnaso, vino tinto.

-Juan, no tenía que ser blanco?
-Es blanco.
-...

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-Pero si escribís excelente, cómo no vas a poder rendir el oral?
-...

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Perdón, sé que te gusta que los comentarios tengan que ver con las cosas que escribís, pero no podía dejar de recordar esas cosas que se dieron el día de ayer... Y el cuento ya lo había leído, y ya te había dicho que me gustaba, y me gusta, you know :)